
Que síííí, que todo eso que dicen de los jóvenes es cierto. Que incendiamos contenedores, gritamos furia, escupimos espumarajos de rabia, pintamos las calles. Que eso dice muy mal de nosotros, que vamos por ahí enfadados, corriendo, y ya no damos los buenos días. Que discrepamos de todo lo que se nos presenta como ley absoluta por más sentido común que nos vendan. Que somos la generación de cristal y aun así nos quejamos por todo.
Que no nos gusta la autoridad, que nos digan qué hacer, que sembramos torrentes de polémica en cada parque y pintamos las paredes de la universidad con acrílicos. Que todo es política y nadie sabe de justicia como nosotros, que no se nos escucha. Que “hijo, qué poco sabes de la vida”. Todo eso es verdad.
Que decís que no hemos trabajado en nuestra vida, que no tenemos que llevar el pan a casa, que somos jóvenes aún. Lo escupís como si nuestra palabra valiera la mitad, como si tuviéramos que demostrar que somos dignos de hablar.
Que decís que estudiamos carreras que no tienen futuro, que no miramos por el dinero, que la vida no sustenta nuestras teorías, que el mundo es así o asá, que nos falta cabeza y “ay, hijo, que los sueños son muy bonitos pero son solo eso”. Que nos creemos Superman y vamos por ahí salvando el mundo cuando aquí no queda nada más que la desidia.
Que somos jóvenes pero no idiotas.
Y síííí, puede que sea una quimera ponernos la capa de Superman para luchar contra filántropos locos, magnates del petróleo y demás calaña. Que la banca es Kryptonita y no se la puede vencer. Que para nosotros cualquiera es Lex Luthor. Que cualquiera nos aburre. Todo eso es verdad.
Y dime tú qué hacer sino arengar paridas y tener este humor para aguantar esos debates básicos en el Congreso, del “tú más”, del “el otro lo hace peor” y “que viene el lobo, que viene el lobo”. Porque muchas veces pienso en cosas que no puedo escribir y acabo escupiendo ira solo.
Por eso nos reímos de ellos ahora que podemos, decimos que somos jóvenes ahora que nos dejan decir qué somos –aunque no muy alto–, nos libramos de las cadenas y colocamos el dedo corazón en lo alto. Que se vea bien. Ahora que derramamos ron sobre la tumba de todos los dictadores y creemos en una España diferente no vamos a desertar de esta idea. Esto también es verdad.