NUESTRO EXTRAÑO FETICHE CON EL CÉSPED

Hoteles, resorts, campos de golf, grandes bloques de vivienda, avenidas, jardines, parques… Todos ellos portan un parásito al que por algún motivo permitimos vivir entre nosotros: el césped.

Vista de una expansión de césped frente al palacio de Louvre.
Palacio de Louvre. Pixabay.

¿Por qué plantamos césped?

Los jardines de césped se originaron en Europa en el siglo XVI como un símbolo de estatus entre la nobleza. El césped era una muestra de riqueza, ya que requería cuidados intensivos y costosos para mantenerse verde y acicalado. Esta idea subsiste en nuestra mente colectiva, promovida por la estampa del suburbio estadounidense en la cultura popular, y por diseños que priorizan una estética simple y pobre en diversidad. 

En Estados Unidos, si tu vecino no cuida su jardín delantero y deja que crezcan dientes de león que se extiendan al tuyo, ya es motivo de una pequeña discusión e incluso de auténticas rencillas vecinales.

Lo cierto es que estos tristes parches de color verde solo reflejan una falsa exuberancia proveniente de un regadío que en muchas partes de España no nos podemos permitir. Una extensión de grama no es más que un desierto de color verde que apenas alberga vida más allá de unos pocos artrópodos entre su corto recorrido de hoja a raíz.

Parche de césped maltratado y medio seco sobre el que se alzan triunfantes las hojas de unos dientes de león que han rebrotado más rápido y con mas fuerza.
Césped detrás de la biblioteca general de la UMA. Los dientes de león retoman la zona después de haber pasado el cortacésped una y otra vez intentando erradicarlos y sin embargo el césped prácticamente ha desaparecido y ellos rebrotan. // Imagen: Juan José Gallardo Fernández.

Además, en la costa mediterránea y, en particular, en las zonas más al sur incluso con el riego de un agua que muchas veces no tenemos, estos jardines amarillean durante los meses de más fuerza del sol, que ya no se limitan solo a los veranos… Veranos que son cada vez más largos.

¿Qué plantamos?

¿Qué plantamos entonces en las zonas verdes de nuestras comunidades y hogares? Como todo en la vida, la respuesta no es sencilla y en el mundo de la botánica por suerte tenemos una amplia gama donde elegir. Pero aquí voy a dar una opinión particular abogando por especies autóctonas adaptadas al entorno que nos rodea, o que estén fuertemente arraigadas en nuestra cultura desde hace cientos o miles de años. 

Ya que estamos dispuestos a gastar recursos en estos espacios, ¿por qué no aprovechar el espacio y agua empleados para obtener un beneficio adicional más allá del estético?

Mi contexto va a ser la ciudad de Málaga, dónde la sombra a veces escasea, así que me voy a permitir el lujo de reivindicar un árbol en particular: el naranjo. Cualquiera que haya crecido en una calle o una plaza plantada de naranjos sabrá que estos árboles señalan la entrada de la primavera con el olor a azahar. Dan un carácter estacional a la vida en la ciudad —a veces demasiado monótona— que se aprecia literalmente por más de un sentido. ¿Por qué no sustituir ese tipo de aceras abiertas con franjas de césped por paseos bajo el olor dulce y cítrico de los naranjos?

Naranjas maduras y flores mezcladas a la vez en la copa de un naranajo.
Los naranjos en flor tal vez sea una de las estampas más bonitas y sin embargo más ignoradas que tenemos la suerte de conservar en los antiguos jardines de nuestras ciudades. Mientras, muchos ayuntamientos se afanan en replantar todos los años miles de pequeñas plantas con flor que inevitablemente morirán en nuestros calurosos veranos, o no soportarán las semanas más frías del invierno. Pixabay.

¿Y si no quiero un paseo de árboles? ¿Y si tan solo quiero una zona verde abierta de plantas bajas? Algo que no obstruya la vista, pero que de un valor añadido a una vista abierta. 

Pues bien, estamos en una zona de clima mediterráneo, cuna de las hierbas aromáticas. Podemos plantar extensiones de romero rastrero, o diferentes especies de lavanda —tanto salvajes como cultivares domesticados—. Podemos plantar incluso diferentes especies y cultivares de tomillos que añadan contrastes de color amarillo y blanco al morado de los anteriores. Todas ellas siendo plantas apreciadas por diversos polinizadores además de la abeja melífera.

¿Existen alternativas para estos espacios?

Una moda reciente y con una mayor capacidad de calado en los hogares, además de las zonas verdes comunitarias, es la de los huertos urbanos. Sea en una pequeña terraza, la azotea de un edificio o espacios acotados dentro de parques de mayores dimensiones, la inclusión paulatina de estos espacios es cada vez más palpable.

Los huertos urbanos traen consigo una serie de beneficios, como una mayor diversidad de aves e insectos y, en concreto, polinizadores. Nunca he oído a nadie quejarse de que un parque tenga demasiadas mariposas. Naciendo de ahí también las iniciativas de oasis de mariposas.

Bancal de madera, densamente poblado de lechuga, perejil y cebollas.
Un huerto urbano puede ser algo tan reducido como un pequeño bancal capaz de albergar varias especies y basta para ser autosuficiente en el apartado de ensaladas. O se puede sustituir por variopintas hierbas aromáticas librándonos de tener que comprar una variedad de botecitos y con la ventaja de tener siempre perejil o tomillo fresco a mano. Pixabay.

Un futuro con más elementos del pasado

En definitiva, creo que este extraño fetiche que tenemos con forzar el verdor que nos rodea a pertenecer a estampas importadas de otros lugares, nos está costando preciosos recursos hídricos. Estos, sin duda, podrían ir dirigidos a embellecer, integrar y mantener nuestra propia biodiversidad. 

El futuro nos guste o no, acaba por la integración del paisaje autóctono en las ciudades conforme estas aumentan de tamaño y ganan terreno al medio. Cada ciudad, cada área geográfica, ganaría mucho carácter y personalidad propia e incluso, ¿por qué no?, cierta estampa turística si dedicásemos un poco más a integrar el entorno que nos hace únicos, y no a clonar el mismo diseño de césped, cicas y jacarandas.

Existen muchas razones por las que el golf se inventó en Escocia, dónde la lluvia mantiene los campos verdes todo el año, y no en plena Costa del Sol… Donde mantener verdes estas falsas praderas es una lucha y un derroche constante. Desecamos el medio que nos rodea, cada vez más desertificado, para mantener verdes campos y lagos artificiales que albergan poco y para unos pocos —en el caso de los campos de golf— o prácticamente nada en lo que encontramos dentro de nuestras ciudades.

Cuando salgamos a la calle en nuestra conmuta diaria fijémonos, seamos conscientes, esa parada de autobús vacía porque todo el mundo está esperando unos metros más allá bajo la sombra de un árbol. Esa explanada vacía de césped, porque está prohibido pisarlo porque, si no, se pierde… Pensemos en cómo mejorar las ciudades aliados junto con las plantas, en vez de a su servicio.

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